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jueves, marzo 17
Una de penas con pan
Cuando tenía doce años, me golpearon la cabeza contra la pared y se me formó un coágulo cerebral que me produjo una encefalitis. Primero fueron los dolores, luego el zumbido de oídos en la almohada, después perdí la visión del ojo izquierdo y dos días más tarde, la mitad del derecho. Finalmente, me hospitalizaron y me abrieron el cráneo como un melón para meterme un tubo de la cabeza al estómago.
Tuve que volver a aprender que manzana se decía man-za-na, que se caminaba con un pie delante del otro y que mi mano izquierda se podía coordinar con la derecha. Fueron muchas semanas de puzzles, de lanzar pelotitas de goma a un fisioterapeuta, de entender todas las letras de mi nombre y colocarlas en su sitio. Pero al final volvió a crecerme el pelo, mis ojos volvieron a ver, mis manos a funcionar, los corticoides se terminaron y yo volví a poder pensar, leer y escribir cosas como esta.
Últimamente leo por ahí muchos post de tristeza y melancolía. De personas huecas, de personas en gris, de vidas empequeñecidas y corazones encogidos. Últimamente leo por ahí mucha astenia de primavera. Y no digo que mis problemas hayan sido peores, que todos somos esto y aquello y nos merecemos el respeto de estar en nuestro pellejo. Lo único que digo, es que si mi cabeza calva, mi nombre y mis manos volvieron a estar en su sitio...es que era cierto que en la vida todo tiene solución menos la muerte.
(nepomuk excombatiente conunpar mirando viejas fotos de hospital)
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