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lunes, mayo 9
El agustino y la salchicha
Mario B. se tiró estudiando diez años en un seminario de agustinos. Mario B. no ha tocado en su vida más piel que la correa de su reloj. Mario B. ha sido educado en la creencia de que la lujuria acarrea el infierno. La sexualidad de Mario B está enfocada sólo a la reproducción. Mario B. es un reprimido.
Tuve que traer a Mario B. a mi casa ayer por la tarde a terminar un mural conjunto de artística. Hacia media tarde, molesto y turbado como una vírgen nubia, decidió aludir a mi pantalón de pijama, diciendo que, aunque a él le daba lo mismo, era evidente que se me marcaban demasiado los “genitales”, y eso podía tomarse como una provocación “específica” de deseo por mi parte, dada mi ambigüedad sexual. Yo quise decirle que estaba a salvo debido a mi poca atracción por los idiotas, pero, ya que mi adrenalina me pedía más madera, en su lugar le ofrecí un café.
Una vez en la cocina, cogí una de las salchichas vienner gigantes que habíamos comprado para la cena, y me la metí, cuidadosamente, dentro del pantalón, dejando que asomara la punta fuera. Caminé con las rodillas juntas como un pingüino (descubriendo, por otra parte la incomodidad de una prótesis móvil según en que sitios) y por el pasillo tracé rápidamente un plan simple: abrir la puerta con un gran golpe, ponerle el paquete en las narices y gritar-¡¡NO PUEDO MAS, TIENES RAZON MARIO, TE DESEO!!- disfrutando después de la expresión de su cara hasta las vacaciones de verano del año que viene.
Pero algo salió mal, y cuando dí el portazo, la goma del pantalón se me bajó, la salchicha se me resbaló y, saliendo de mi bragueta, fue a caer a los pies de Mario con un ligero rebote en sus zapatillas, a la vez que mi voz empezaba a gritar -¡¡¡¡NO…!!!!-
Y ahí me quedé, sin que me diera tiempo siquiera a terminar la frase, mirando como Mario B. palidecía, se sujetaba las sienes y resbalaba lentamente del respaldo del sofá hasta caer al suelo presa del más absurdo ataque de pánico que haya podido tener jamás un hombre en su vida.
Ayer aprendí que los seminaristas agustinos, también saben insultar y decir palabras soeces, cuando son presas de un shock visual.
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