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martes, mayo 24
El yo inevitable
Siempre me estoy quejando de que la niña pasa más tiempo en mi casa que en la suya pero luego, cuando se me escapa algo ante su madre y ella restringe las visitas empiezo a notar que me falta algo por las tardes y me sorprendo a mí mismo registrando el frigorífico en busca de lo que es. Por eso ahora sujeto la lengua y cierro la boca para que no me pase como con el perro, que vino un poco y se quedo entero porque aprendí a no poder vivir sin él.
Así que ayer tarde, cuando apareció con ese enano colombiano despeinado llamado Brian que me llamaba “señor Ariel” y que quería fregarse su propio vaso de la merienda, me puse a interrogarle a sabiendas de que no era bueno que yo averiguara eso de que el crio pase todo el día solo en casa haciéndose hasta su propia cena porque su madre sale de trabajar a las diez y su padre no existe. Y a sabiendas también de que estoy incrementando el equipaje emocional a ojos vista (yo…el que iba a vivir ajeno al mundo) y terminaré convirtiendo mi mochila cargo-con-esto-y-voy-donde-yo-quiera en una especie de roulotte donde habiten 235 solitarias formas de vida.
Pero ¿qué otra cosa se puede hacer si aún te quedan los posos de haber sido una de ellas? pues nada. Arrimarte al perro, al gato, a Ana, a Brian y a Bugs Bunny si se te pone por delante.
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