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jueves, junio 23
Con mi camisita y mi canesú
No pude combinar la integridad de mi camisa nueva con una niña de año y pico. Por que no pude combinar una niña de año y pico con la lavadora. O quizá simplemente sea que no logro combinarme yo mismo con la lavadora.
Preciosa que era la camisa, oigan. Preciosa. Un Potosí en lino color coral. El primor del escaparate. Pero claro...soy yo. Nepomuk. El mismo que echó las almejas en aceite hirviendo. Así que bastaron unos calcetines cojoneros azul marino, de esos que llevan ocho años sin desteñir hasta que un día se aburren y te montan una acuarela en la lavadora. Bueno..no sólo los calcetines. También influyó el pequeño detalle de poner la lavadora a las tres de la tarde y sacar la ropa a las doce de la noche del día siguiente. Y milagro que me acordé gracias a la regla de tres básica en el momento de desnudarme: “uy, no llevo calzoncillos = ah es que no tenía limpios = ¡coño, la lavadora!”.
Para cuando saqué mi preciosa camisa de lino coral de la lavadora ya no había ni camisa, ni coral, ni lino. Había un buñuelo rosiazul de talla Action Man. Pero antes morir que perder la vida y claudicar en un “lavadora-1, Nepomuk-0”, así que tal cual me he lanzado a la calle, agarrado al cochecito de la niña y embutido en mi buñuelo. Justo para que la chica de la boutique de abajo me viera en el portal y dijera -¡uy! ¡qué guapo estás! ¡con lo que se lleva este año el tejido stropicciato en colores degradados!- y yo sonriera e hinchara pecho. Sin mucha fuerza, eso sí, no fuera a ser que se me desdoblaran los pezones y dejara a la chica tuerta con un botón.
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