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viernes, julio 29
El toque british
Nico está convencido de que todo el mundo es más listo que él. Eso hace que continuamente se jacte de un cosmopolitismo bastante absurdo, que hace que cada vez que alguien nombre Londres, ponga los ojos en blanco y diga -¡Ah Londres, Londres! Estuve el año pasado con Ari y Julio. ¡Maravilloso! ¡espectacular!”.-
¡Ah Londres, Londres! Menuda pesadilla, Londres…
El hotel era de cuatro estrellas. Y, visto el percal, el tío que se las había concedido, aficionado al whisky. Las toallas no se secaban jamás, porque en Londres NADA se seca jamás. La comida no se comía; se tragaba, y eso tapándose la nariz y cuidando de no preguntar qué llevaba dentro el pastel. Todo era caro y desmedido. Un bonometro de diez viajes equivalía a 22 euros. Una copa cutre en un bar aún más cutre podía costarte 8 libras. Hasta para ver cuatro vidrieras de una Iglesia había que pagar. En apenas tres días habíamos agotado todo nuestro presupuesto. Y eso a base de fish and chips, barritas Mars y discusiones.
El sol no existía. Boina de nubes y lluvia. Lluvia y boina de nubes. Yo había lavado varias veces mis viejas alpargatas y algo de jabón había quedado en el tejido. Así que con la lluvia se activaron y estuve los ocho días echando espuma por los pies, talmente como si hubiera ido caminando sobre dos bulldogs con la boca abierta. Eso no ayudó mucho al buen rollo entre nosotros y escuché unas 65 veces “¿¿a quién se le ocurre venir a Londres en alpargatas??”.
Nos sentamos en el parque de Saint James a mirar los patitos del estanque. Las flores, el olor, el paisajismo romántico victoriano… Todo era precioso. Me sentí bien y le dije a Julio que por primera vez desde que habíamos llegado, Londres me gustaba. Entonces las patas empezaron a graznar enloquecidas y Nico dijo –El amante de los animales mejor que no mire.-
En picado bajó la gaviota. En picado. Y delante de nuestras narices agarró una cría de pato y se la llevó. Así que aproveché tan bello momento para hacer gala de mi absoluta falta de espíritu cosmopolita, y decirle a Julio – Mira…quedaos vosotros. Yo me largo a mi Sicilia, donde la comida se come, las alpargatas no escupen, las toallas se secan y las gaviotas no son caníbales.-
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