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miércoles, julio 20
Pequeña y matona
Como ya me había ganado cerca de 48 veces a la Playstation (las últimas generaciones femeninas vienen muy preparadas para la lucha), le propuse cambiar de juego y probar a ver quién era capaz de dar más botes contra las paredes con una pelota de goma compacta. A priori era un buen juego, siempre desde el punto de vista de sus once años, y obviando que yo soy un zángano inconsciente cuasi-dieciocho. Ella lanzó pim-pam-pum-pom, no rompió nada e hizo la friolera de once rebotes. Yo dije “ahora deja al maestro”, lancé, hizo pam contra el televisor y salió disparada por la ventana seis pisos abajo.
Cuando entró su madre, alertada por sus risas y por los berridos de la vecina chivata del quinto, me porté como un hombre adulto, cabal y consciente de sus responsabilidades y dije que había sido ella.
Esperaba que en cualquier momento me delatara, pero no lo hizo. Se limitó a aguantar el chaparrón de su madre mirándome fijamente y sin inmutarse. Cuando nos volvió a dejar solos, casi puedo asegurar que me sudaba el culo. Ella me dijo muy seria –Si no quieres que me chive, tienes que jugar conmigo a las cocinitas.- Yo pensé “bueno, mejor un delantalito que una madre cabreada” y acepté.
Mientras yo servía cocacola en las minitazas, ella trasteó por la cocina y vino con una especie de masa de miga de pan Bimbo. –Soy una cocinera de la tele y he hecho empanadillas. Tú eras el público. Toma.- Cogí el migón de pan y mastiqué sin miedo. Un infierno indescriptible me arrasó desde la comisura hasta la campanilla.
Mientras ponía la boca debajo del grifo, le pregunté -¿y gue llevan esdas embanadillas?- y ella dijo muy seria –Minipimientos (guindilla) y avecrem.-
Definitivamente, las últimas generaciones femeninas vienen muy preparadas para la lucha.
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