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miércoles, agosto 10
La niña locutora
La idea era vigilar el sueño de María (18 meses) hasta que mamá azafata regresara de sus picos pardos, así que allá que me fui, armado de trinaranjus y dispuesto a meterme un chute de aire acondicionado nocturno que retardara mi mutación de “chico con un poco de sudor” a “sudor con un poco de chico”.
Hacia las 23’30h., mientras mi albondiguilla dormía plácidamente en su cuna, Santiago apareció en casa para llorarme sus penas de amor, y Paco me lo facturó directamente al piso de abajo. Pero hacia las doce y algo, el limoun montó un miniparque acuático al intentar cambiar el agua de los peces, así que tuve que acudir a su llamada de socorro, no sin previamente, activar el walkie talkie vigila-bebés y decirle a Santiago que tuviera la oreja alerta ante cualquier posible lloro de María. Cuando por fin bajé al cabo de 40 minutos, pregunté -¿qué tal todo?- dando un buche al trinaranjus que se me congeló a la altura de la glotis cuando Santi respondió –Bien…aunque la cría esta se ha tirado un buen rato diciendo en sueños cosas de calles…-
Una niña de 18 meses contando las excelencias del Paseo del Prado puede resultar algo terrorífico en una mente calunterienta como la mía, así que debo reconocer que, pasando insensatamente por alto que se trataba de Santiago, entré en el cuarto de María esperando encontrármela escupiendo moco verde con los ojos del revés. Pero nada...allí sólo había un bebé rollizo, con la boca abierta haciendo ronf-ronf. Así que, soltando el rosario de madera que había pillado en la entrada, le dije a Santi –Que sepas, mamón, que como broma no tiene maldita gracia.- justo a la vez que me percataba del post-it amarillo que había dejado mamá azafata pegado en un lateral del televisor, que rezaba “Ari, no uses el intercomunicador de María que se acopla la frecuencia de radio-taxi”.
Hacia las 23’30h., mientras mi albondiguilla dormía plácidamente en su cuna, Santiago apareció en casa para llorarme sus penas de amor, y Paco me lo facturó directamente al piso de abajo. Pero hacia las doce y algo, el limoun montó un miniparque acuático al intentar cambiar el agua de los peces, así que tuve que acudir a su llamada de socorro, no sin previamente, activar el walkie talkie vigila-bebés y decirle a Santiago que tuviera la oreja alerta ante cualquier posible lloro de María. Cuando por fin bajé al cabo de 40 minutos, pregunté -¿qué tal todo?- dando un buche al trinaranjus que se me congeló a la altura de la glotis cuando Santi respondió –Bien…aunque la cría esta se ha tirado un buen rato diciendo en sueños cosas de calles…-
Una niña de 18 meses contando las excelencias del Paseo del Prado puede resultar algo terrorífico en una mente calunterienta como la mía, así que debo reconocer que, pasando insensatamente por alto que se trataba de Santiago, entré en el cuarto de María esperando encontrármela escupiendo moco verde con los ojos del revés. Pero nada...allí sólo había un bebé rollizo, con la boca abierta haciendo ronf-ronf. Así que, soltando el rosario de madera que había pillado en la entrada, le dije a Santi –Que sepas, mamón, que como broma no tiene maldita gracia.- justo a la vez que me percataba del post-it amarillo que había dejado mamá azafata pegado en un lateral del televisor, que rezaba “Ari, no uses el intercomunicador de María que se acopla la frecuencia de radio-taxi”.
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