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lunes, agosto 1

 

Oranda Frankie

Anteayer fui a comprar otro pez.

Salir de casa no fue nada fácil, considerando que arrastré durante veinte metros a un Paquito agarrado a las faldas de mi camiseta y suplicando "no-no-no-no-Ari-no."
Ha sido inútil explicarle que si dejo a Stanley solo en casa del vasco, le va a dar mal rollo y puede caer en una depresión. Ese tipo de trucos que me van perfectos con mi vecina la de las cocinitas, con él no funcionan. Se limita a mirarme con ojos de loco y preguntarme -¿tú te acuerdas si yo estaba sobrio cuando nos conocimos?-

La verdad es que me siento culpable por ser un asesino de peces imbécil. Porque uno puede ser un asesino o un imbécil, pero ser las dos cosas me tiene francamente preocupado. Y no acertar a ver que vacío una botella con un pez dentro, también. Así que he decidido en lo sucesivo comprarme animales que chillen, brillen o sean del tamaño de mi mano derecha.
Intentando ceñirme a esa nueva ley nepomukiana, a punto he estado de llevarme a casa una cotorra verdirroja crrrc-uola-crrrc-uola cantidad de bonita, pero mi compañero ha demostrado una rapidez de reflejos inusitada preguntándome en qué demonios podía ayudar una cotorra plasta a la depresión de un pez neón y claro, ante esa lógica aplastante, no he tenido más remedio que olvidarme de la cotorra y buscar el pez más hortera que anduviera por allí.
Finalmente, he optado por llevarme un Oranda pom-pom (no, no me lo he inventado, se llama así) el cual es imposible que se me vaya dentro de un trinaranjus ya que no ha nacido ojo humano que pueda distraerse de una cosa tan horrenda. Que hasta el esqueleto pirata de plástico parece Liz Taylor a su lado.

Bueno, sea como sea, misión cumplida. Un par de horas de pez-frankestein han bastado para borrar la expresión triste y deprimida de mi Stanley en la pecera. Y no es que ahora esté más contento, no... Es que ahora no se le ve, porque se pasa 24 horas escondido detrás de la planta de plástico, como consecuencia de que el oranda pom-pom no sólo sea horrendo, sino además un macarra de mucho cuidado que me lo tiene frito a cabezazos y créanme…teniendo en cuenta el tamaño de esa cabeza, más le valía al pobre Stanley considerar la posibilidad de mutar en anfibio como sus antepasados y salir de allí cagando leches, pero ya.





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