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viernes, septiembre 23
El minizoo
Superado con creces mi márgen mascotil en esta casa, Paco de Asís no me deja comprar más peces neón bajo amenaza de servirlos en sushi para la cena, así que le he metido a Stanley en la pecera un móvil con ocho peces de colores que me trajeron de México, para que no se sienta tan solo.
Desde luego, algo he logrado. Ahora, en lugar de ser un pez solitario en una esquina, ha vuelto a ser un pez acojonado contra una planta de plástico.
Sospecho que parte de su terror se deba a la combinación de violeta, pistacho y dorado de los peces de madera, pero aún así, Paco me aconseja que meta también mi colección de pingüinos burmar-flax y dos o tres orcos del warhammer, así que mucho me temo que su intención solapada, sea la de reventar a Stanley del susto y volver a recuperar su mesita de poner los pies.
Así que, fracasando en el elemento humano y peceril de esta casa, decido volcarme en el elemento ratonil, justo para comprobar cómo el gato cabrón, descubre su afición al fútbol casero tras la llegada de Pepe Luis y su bola. Y, aunque intento vigilar que no me lo chute gol por una de las ventanas, llega la pequeña María de la mano de mamá-teladejounrato y me distrae con su gateo marcha atrás, hasta que oigo el ¡tud! de la zarpa del gato cabrón y el glancglancglancglanc de la bola del pobre Pepe rodando a toda leche. Y allá que me tienes por cuarta vez... brazos arriba corriendo por el pasillo y gritando -¡PEPEEEEEEEEEEEEEEEEEE!- detrás del pobre bicho al que sacaré despeluchao, pero eso sí... perfectamente entrenado para correr cuatro veces la sansilvestre vallecana.
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