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martes, septiembre 20
Pepe Quique
Cuando me presentaron a José Enrique, el pobre aún no había terminado de decirme “hola qué tal” y a mí ya se me había olvidado por completo su nombre. Así que, mientras él hablaba entusiasmado del departamento, yo asentía sonriente y mecánico, intentando recordar "¿José Antonio?¿Miguel Ángel? ¿José Ángel?...". Finalmente, decidí que para mí sería Doraemon, por su tremendo parecido con el protagonista de la serie japonesa.
En el comedor, empecé mi calvario particular saludándole con un “hola ehm... tú”, como un vulgar pastor de cabras. Sin embargo, él me sonrió.
Pobre José Enrique… soy un canalla.
Después, cuando otro joséalgo me preguntó en el pasillo con quién había comido, evitando mirar al pobre José Enrique, le señalé diciendo -“Con este”-. Ya no como un pastor de cabras, sino directamente como un perfecto imbécil.
Pobre José Enrique…soy un canalla.
Al salir, me lo encontré de camino al metro y, previa maldición de mi perra suerte y otro "hola tú", intenté derivar la conversación hacia su hijo pequeño con la esperanza de que llevara el nombre del padre para fin de mi papelón, pero no. El hijo resultó llamarse Crhistian. (Obviamente, demasiado lechuguino para olvidarlo).
Pobre José Enrique…soy un canalla.
Entonces él me dijo -Si quieres podemos ir juntos todos los días en el metro- y a mí se me erizaron los pelos del pubis imaginándome todo un universo de holatús y voyconestes, así que, decidí tirar la toalla de la dignidad y decirle -oye, perdóname por favor, pero es que... no me acuerdo de tu nombre.- A lo que él, con risita de conejo, contestó –Ah jejeje, tranquilo, tranquilo, la verdad es que yo tampoco me acuerdo mucho del tuyo…sé que era algo raro de jabón, como Ajax o…-
Pobre maldito Doraemon gafotas asqueroso. Soy un canalla.
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