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viernes, septiembre 2
Sorpresas te da la vida aydiós
Le llamé por teléfono para explicarle que ya no había vacaciones en Fuente Dé y que tranquilamente, podía devolverme el acuario porque ya estaba en casa. Él dijo -Claro, si eso luego te los paso- pero terminó el día y no apareció.
Volví a insistirle por la mañana -oye, mis peces...- y él me dijo -uy...sí, sí, perdona, en un rato te los paso- pero terminó la mañana y no apareció.
A lo largo del día repetí mi petición tres veces más y las tres veces me encontré sin peces y sin vasco.
Esta mañana, después de una laaaaaaaarga noche en vela imaginándome a Stanley como Steve Macqueen en La Gran Evasión, he pensado -¡se acabó! ahora va a ver ese quién soy yo- y allá que me he ido, con las zapatillas rascle-rascle y el pijama winnie the poo a aporrear la puerta del vasco, que me ha visto entrar como una exhalación en su casa al grito de: -¡¡VENGOAPORMISPECESYNOMEVALENEXCUSASHOMBRECOÑOYAESTABIENNN!!-
Lo cierto es que la entrada intimidatoria hubiera quedado perfecta, si no fuera porque todavía me falla el sentido del equilibrio y tiendo a escorarme un poco a la izquierda, como las vespas, lo que ha hecho que empezara el pasillo recto, y lo terminara llevándome todos los cuadritos de la pared izquierda con el hombro y la cabeza frzzzzzclingaclink, dejando el efecto atemorizante del rascle-rascle-winnie the poo, más bien dignos de un episodio de Mr. Bean.
Todo para que al final el hombre me saque un acuario nuevo de 20 l. con calentador de agua, a modo de regalo de bienvenida, diciéndome - "Era una sorpresa, pero no me ha dado tiempo a montarla del todo"- y dejándome ahí plantado, recogiendo cuadritos del suelo, balbuceando gracias con expresión de bovino.
En estos momentos sólo la dignidad me impide volver a su casa, a frotarme contra su brazo pidiendo perdón como un caniche. Bueno...la dignidad y el hecho de que la última vez que hice algo así, se me engancharon las grapas en la tela y el pobre Paco pasó los 45 segundos más siniestros de su vida desenredando mi cráneo de su camiseta.
Volví a insistirle por la mañana -oye, mis peces...- y él me dijo -uy...sí, sí, perdona, en un rato te los paso- pero terminó la mañana y no apareció.
A lo largo del día repetí mi petición tres veces más y las tres veces me encontré sin peces y sin vasco.
Esta mañana, después de una laaaaaaaarga noche en vela imaginándome a Stanley como Steve Macqueen en La Gran Evasión, he pensado -¡se acabó! ahora va a ver ese quién soy yo- y allá que me he ido, con las zapatillas rascle-rascle y el pijama winnie the poo a aporrear la puerta del vasco, que me ha visto entrar como una exhalación en su casa al grito de: -¡¡VENGOAPORMISPECESYNOMEVALENEXCUSASHOMBRECOÑOYAESTABIENNN!!-
Lo cierto es que la entrada intimidatoria hubiera quedado perfecta, si no fuera porque todavía me falla el sentido del equilibrio y tiendo a escorarme un poco a la izquierda, como las vespas, lo que ha hecho que empezara el pasillo recto, y lo terminara llevándome todos los cuadritos de la pared izquierda con el hombro y la cabeza frzzzzzclingaclink, dejando el efecto atemorizante del rascle-rascle-winnie the poo, más bien dignos de un episodio de Mr. Bean.
Todo para que al final el hombre me saque un acuario nuevo de 20 l. con calentador de agua, a modo de regalo de bienvenida, diciéndome - "Era una sorpresa, pero no me ha dado tiempo a montarla del todo"- y dejándome ahí plantado, recogiendo cuadritos del suelo, balbuceando gracias con expresión de bovino.
En estos momentos sólo la dignidad me impide volver a su casa, a frotarme contra su brazo pidiendo perdón como un caniche. Bueno...la dignidad y el hecho de que la última vez que hice algo así, se me engancharon las grapas en la tela y el pobre Paco pasó los 45 segundos más siniestros de su vida desenredando mi cráneo de su camiseta.
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