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viernes, octubre 21
Cuando no quiero ser yo
Cuando le ví, y me miró, todo dientes, todo sonrisa, todo encanto... pensé "con este no hay buenas vibraciones". Y chocamos, claro. De lleno, sin medida y sin que pudiera explicar por qué. Quizá por esos 45 minutos de reloj que empleó para explicarme cómo se lavaba los dientes, quizá por las veces que me repitió eso de que era "alto coeficiente" en su colegio de Trujillo (Trujillo...ciudad sin ley), o quizá porque resultó ser uno de esos miserables que siempre quieren cenar "de raciones", y pide de tal forma que toquemos a un calamar y dos patatas bravas cada uno, teniendo encima que escuchar la idiotez de "uy, que lleno estoy, yo con esto ya he cenado." Que sí... que yo reconozco que tengo un saque para comer que ríase usted del tiburón de Spielberg, pero mierda... déjame que pida el bocadillo y luego si quieres te matas a panchitos.
Por eso, a pesar de las pataditas que me estaban dando Santi y Teo por debajo de la mesa para que sujetara la lengua, cuando ya me salió con que "era INCOMPRENSIBLE que yo no me buscara casa en Chueca, porque él y su novio estaban encantadisisisimos de vivir EN LIBERTAD", me salió de corrido contestarle que si yo quisiera vivir en un "parque temático", optaría por plantar una tienda de campaña enmedio de la Warner, para al menos, darme una vueltecita por las montañas rusas de vez en cuando, o hacerme una foto con Batman. Y como en lugar de terminar con un sonrisita de erabromatontín, lo hice con un berrido de DEJAD-DE-DARME-PATADAS-COÑO-DIRÉ-LO-QUE-QUIERA, gracias a mi simpatía, mi paciencia, mi discreción y mi don de gentes, la reunión terminó igual que había empezado. Como una auténtica y genuina mierda.
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