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jueves, octubre 27

 

Una razón de peso para matarme

Mi padre mil veces quiso dejar las sustancias evasivas y mil veces fracasó, así que, por aquello de los genes, era de suponer que en esos errores que yo mil veces quisiera evitar, mil veces caería.

Después de la deglución del último autobús, Paco de Asís me hizo jurar sobre Mr. Potato que no volvería a coger la moto salvo que fuera imprescindible para la salvación del mundo, pero ha llegado la tarde y me he quedado sin colacao (es bien sabido que si hay algo que pueda salvar al mundo es el colacao), así que me he acercado en moto a Preciados a comprarlo, metiendo hábilmente la rueda delantera en un socavón “estoantesnoestaba”, y aterrizando sobre mi costillar derecho con un doble salto mortal que hubiera sido la envidia de Pinito del Oro.
He logrado llegar al garaje arrastrando moto y pierna derecha, trepar por las escaleras como una cucaracha y sentarme (o arrojarme) en el sofá antes de que sonara el cric-crac de las llaves paquenses en la cerradura. Y todo hubiera ido perfectamente bien, si no fuera porque ha venido con un nuevo vecino que se autopresentaba (oportuno él) y ante el cual he tenido que levantarme, caminar diez pasos, dar la mano y volver a sentarme. Todo eso sin rodillas, ni riñones.
Así que cuando el tipo se ha ido, el de Asís, sagaz él, me ha dicho -Has cogido la moto ¿verdad?- y yo he querido decir “ha sido por mi padre” pero sonaba tan ridículo que he preferido decirle “ha sido el colacao”(mucho más serio, dónde va a parar…).

Cuando se le pase el cabreo, barajaré la posibilidad de hacerle ver que lo toma el boxeador y boxea que es un primor.





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