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viernes, noviembre 4
Ayes y mimos
Mientras viví de acá para allá, Tao se adaptó perfectamente al "hoy-duermo-en-la-calle-mañana-ya-veré" y la convivencia fue un mar en calma. Pero llegó el momento de elegir cortinas y dormir más de siete días en la misma cama y, en consecuencia, también llegó para él el momento de marcar territorio a base de toma-meadita. En apenas quince días, la cosa se tornó en "o castro al gato, o me resigno a vivir agarrado a un ambipur", así que cuatro veces reuní el dinero, cuatro veces pedí hora en el veterinario, cuatro veces lo envolví en una manta, y cuatro veces me senté en la sala de espera, aguardando que nos llamara el cirujano.
Pero cuatro veces me comió la angustia a medida que iba llegando nuestro turno, cuatro veces se me cerró la glotis y cuatro veces salí de allí, como alma que lleva el diablo, con el gato intacto, para encontrarme con un dragón resignado que decía -pero Ari...¿otra vez?-
Finalmente, opté por resignarme yo también al ambipur como ofrenda a los santos cojones de mi gato que, obviamente, siguen en el mismo sitio. ¿Solidaridad masculina? nah... incapacidad mental ante el dolor de mi bichanía, y es que cuando alguien nuevo entra en mi familia (léase ratas, peces, humanos o celentéros) no puedo evitar mis rezos a los djins para que me venga sanos, porque siempre serán sus huevos/mis huevos, su espinazo/mi espinazo, su aypordios/mi aypordios.
Así que cuando el de Asís ha dicho -Me tienen que extirpar las muelas del juicio.- yo he respondido como un machote -ah, buah...si eso no es nada, yo te acompaño...- cuando en realidad, lo único que me importa es saber cómo coño voy a lograr envolverlo en una manta y llevármelo de allí en cuanto se vaya acercando nuestro turno.
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