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jueves, diciembre 15
Hot dog
Ocho años en centros de acogida me enseñaron que uno puede ser un broncas siempre y cuando se limite a serlo con alguien que no le supere más de tres cabezas, porque si no, además de broncas, resulta ser imbécil. Y mira tú por dónde, pasados los años, voy a dar con un perro que se empeña en corroborar mi teoría punto por punto, demostrando a todas horas ser perro, broncas e imbécil.
Se cruza con chihuahuas y demás perrillos-patada y los revoltea juguetón arf-arf. Se cruza con pitbulls asesinos y les gruñe... ¡les gruñe!, hasta tal punto que uno quisiera ser conocedor del idioma perruno para poder decirle al pitbull -perdónale, que es que hoy se me ha ido la mano con las pastillas antilombrices- porque veo que un día de estos salgo con un perro y vuelvo con una correa y una oreja.
Le llevo al veterinario y me dice que la única solución es comprarle un collar de castigo o castrarle. O lo que es lo mismo "o te corto los huevos o te frío a descargas". Triste destino el suyo en ambos casos. En el primero porque perder algo que no has usado ni una sola vez en tu vida es un desperdicio (sin dormir que me tiene el cerebro de George Bush) y en el segundo porque el toque afro siendo una bola de pelos le va a dar un tonillo "acueirious" que solo me va a faltar entremeterle unas margaritas para que parezca una oveja pacifista. Y sí...que con eso de la castración me quedaría un perro de lo más dalai-lama pero demonios...solo de pensar que el pobre puede perderse para siempre el único gustazo que no mata ni engorda, casi que estoy por ir a buscarle una revista canina con póster desplegable de la Friskies-mate de Noviembre y un paquete de kleenex, para ver si me pilla la indirecta y aprovecha el poco tiempo que, visto lo visto, quizá le quede.
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