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jueves, diciembre 22
Pacharaghfs...
Y el vasco ha ganado, claro. Como no podía ser de otra forma, ya que mi niño Jesús con hidrocefalia no estaba hecho para triunfar precisamente. Pero he aquí que la diosa fortuna es caprichosa y además cieguisorda, porque cuando ya me había resignado a comprarle la botella de Pacharán en juego, resulta que prefirió quedarse a cambio con el engendro-papá noel de las piruletas para regocijo del perro que comenzaba a tener cierto tic nervioso en la orejas con tanto ho-ho-ho.
Y visto lo visto, como que casi me alegro que no me haya dado tiempo a reunir un belén hecho de papel recortado (vivan los comentaristas ingeniosos) porque si tengo que cargar con una botella de Pacharán, me habrían visto terminar regándolo en los geranios (que si es cierto que a las plantas les gusta la música, no veo por qué no habría de irles el rollito-finde completo). Y es que aunque la golosinería sea lo mejor de lo mejor, las bebidas pegajodulces al estilo pacharán a un servidor como que le dan cierto recontraasco. No sé si por los recuerdos de aquella resaca de anís en Chinchón en la que descubrí que mi interior era verde, o por la vieja teoría también aplicable a las mujeres: cuanto menos dulces...más me apetece repetir.
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