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martes, enero 17
El perfecto Boy Scoutt
Estaba contándome que tenía en casa un sintetizador que había pertenecido a Tino Casal, y ante mi mirada-nomedigas, me explicó que el cantante vivía en un piso muy cercano a su casa y cómo, al morir repentinamente y sin familia que se hiciera cargo, su casero optó por coger todas sus pertenencias personales y tirarlas a un contenedor que había frente al portal.
El mal rollo tardó dos segundos en comerme de un bocado. Hice introspección y mirando la punta de mis zapatillas, las imaginé dentro de un contenedor, junto con mis libros y mis dibujos, mientras un vecino de la casa de enfrente sacaba de entre el montón de trastos mi reloj y decía -¡Hey! esto puede valer algo ¿no?- Entonces se me anudó la glotis, guardé los libros, me despedí y me largué de allí todo lo deprisa que pude.
Al cruzar el campus, una chica se me acercó y me dijo que estaban buscando voluntarios para la Oficina de Acción Solidaria. Yo, que seguía todavía metido en un imaginario contenedor de basura, no entendí ni una palabra de lo que me estaba diciendo hasta que distinguí algunas frases sueltas: "Asistencia a ancianos...", "personas que no tienen a nadie...", "...una vejez digna..." y me sentí de pronto como un minihernán Cortés. Patada al suelo, cogida de bolígrafo y ansiedad -¿¿dónde hay que firmar?? ¿¿dónde??-
Y ahora, que ya se me había olvidado Tino Casal, el piano y el contenedor, y la muerte es algo lejano que (seguro) le tiene que pasar a otro, van y me llaman para darme la enhorabuena por mi voluntariado especial y para decirme que a partir de mañana soy el báculo de la vejez de un tal Florián de ochenta y todos-los-años. Y por mucho que el folleto diga que "como voluntario, contribuiré a mejorar el bienestar de estos ancianos y, de forma recíproca, recibiré su cariño y atención", la cruda realidad es que lo único que he recibido de nuestro primer contacto telefónico ha sido un "la nevera ni la toques que lo tengo tó contao". Y eso después de cinco cuelgues bruscos al grito de "drogadictos-melenudos-cojonescoño".
Así que nada...¡No veo el momento de empezar a darle cariño!
El mal rollo tardó dos segundos en comerme de un bocado. Hice introspección y mirando la punta de mis zapatillas, las imaginé dentro de un contenedor, junto con mis libros y mis dibujos, mientras un vecino de la casa de enfrente sacaba de entre el montón de trastos mi reloj y decía -¡Hey! esto puede valer algo ¿no?- Entonces se me anudó la glotis, guardé los libros, me despedí y me largué de allí todo lo deprisa que pude.
Al cruzar el campus, una chica se me acercó y me dijo que estaban buscando voluntarios para la Oficina de Acción Solidaria. Yo, que seguía todavía metido en un imaginario contenedor de basura, no entendí ni una palabra de lo que me estaba diciendo hasta que distinguí algunas frases sueltas: "Asistencia a ancianos...", "personas que no tienen a nadie...", "...una vejez digna..." y me sentí de pronto como un minihernán Cortés. Patada al suelo, cogida de bolígrafo y ansiedad -¿¿dónde hay que firmar?? ¿¿dónde??-
Y ahora, que ya se me había olvidado Tino Casal, el piano y el contenedor, y la muerte es algo lejano que (seguro) le tiene que pasar a otro, van y me llaman para darme la enhorabuena por mi voluntariado especial y para decirme que a partir de mañana soy el báculo de la vejez de un tal Florián de ochenta y todos-los-años. Y por mucho que el folleto diga que "como voluntario, contribuiré a mejorar el bienestar de estos ancianos y, de forma recíproca, recibiré su cariño y atención", la cruda realidad es que lo único que he recibido de nuestro primer contacto telefónico ha sido un "la nevera ni la toques que lo tengo tó contao". Y eso después de cinco cuelgues bruscos al grito de "drogadictos-melenudos-cojonescoño".
Así que nada...¡No veo el momento de empezar a darle cariño!
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