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domingo, febrero 19

 

Mi amanecer zulú

Cuando yo me levanto , tengo los ojos pegados e hinchados como dos pelotas de golf, el pelo pegado a la salivilla reseca del moflete, la camiseta arrugada hasta las tetillas y el pantalón con una pernera subida y otra bajada. Arrastro un calcetín (porque el otro nunca sé dónde está) hasta la nevera y despegando el paladar de la lengua (literalmente) digo -mñsdecesito dumo de darajamsñ...-
Cuando Nelson se levanta, se despereza por el pasillo un-dos-un-dos inspirar-expirar. Pero cuando digo que "se despereza" quiero decir que lo hace como los de las películas, peinadito, impóluto, y con el pijama igual que si hubiera dormido en suspensión con ayuda de David Copperfield. Luego sonríe, y mientras me veo reflejado en el espejo de sus dientes, dice con voz cristalina -Buenos días, Ariel ¿has dormido bien?- Y aunque fuera hace un frío de mil pares de demonios, llueve a mares y el cielo está de color dientes de muerto, él da sorbitos suaves srrrrp a su té que huele a mil flores del campo y dice -aaaah...¿verdad que hace un día precioso, Ariel?- por supuesto, yo mientras estaré dando puñaladas con las tijeras al cartón del zumo al grito de "malditoabrefácildeloscojonesssss" justo el tiempo necesario para que Nelson me aparte con suavidad y diga -tranquiiiiiilo... déjame a mí...- y lo abra a la primera con un leve caclic de deditos, para luego dedicarme otra maravillosa sonrisa de pajarito al decir -¿ves? si es muy fácil... lo importante es no alterarse. ¿Un poquito de kéfir?-

Desde que conozco a Nelson no puedo evitar sentirme como recién salido de un anuncio de desayunos Pascual. Y lo que es peor... encima con el agravante de tocarme ser el "esto con Pascual no pasaría".





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