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lunes, febrero 6
Pobrecito yo
Como tengo ese airecillo de muerto viviente, Rata se asusta y me trae golosinas. Y como anda detrás de cierto par de piernas canarias, esta vez me trae un frasco de mojo picón. "Con patatas cocidas" me dice. Pero las patatas se acaban justo a la vez que mis ganas de bajar a comprar (nada extraño en una cocina en la que los tallos de las cebollas son como baobabs, y los huevos llevan caducados desde que Fraga era un mozo casadero). Así que, a falta de patatas, me hago un sandwich de salchichón de dos pisos, con lechuga y untado en mojo picón. Y lo engullo sin respirar, como un pelícano bien educado. Pero como no estalla el estómago, ni me sale la campanilla por el ombligo, procedo después a comerme el resto del mojo con cucharilla como quien toma un yogur, mientras pienso "Menos mal que tengo un estómago de hierro forjado que si no..."
Hacia las doce de la noche, mi estómago de hierro forjado y yo, agonizamos. Y suena el teléfono y es él, que de oirme la voz se acojona y se planta en casa, con la chaqueta del pijama encima de los vaqueros y la mirada de susto. Y yo, sufrido y discreto, me cuelgo literalmente de su cuello gimiendo socorros y diciéndole que busque un lápiz porque no he hecho testamento y esto es el fin. Eso sí, cuando me interroga, le digo que sólo me he comido un sandwich de lechuga, así que me achucha y dice "pobrecito", "¿qué puedo hacer?" y todas esas cosas que tanto molan en los momentos de ayayay. Sólo que dos segundos después, descubre el pellejo del salchichón y el bote de mojo con la cucharilla dentro (maldición), y ya los "pobrecito" se van tornando en "¿seráposible?" y los "¿qué puedo hacer?" en "temerecestodoymás". Así que, mientras disfruto de esa sensación de déjà vu, placentera y agónica, escondo en su descuido el resto del mojo y pienso: "mañana con chocolate y a ver si hay suerte".
Hacia las doce de la noche, mi estómago de hierro forjado y yo, agonizamos. Y suena el teléfono y es él, que de oirme la voz se acojona y se planta en casa, con la chaqueta del pijama encima de los vaqueros y la mirada de susto. Y yo, sufrido y discreto, me cuelgo literalmente de su cuello gimiendo socorros y diciéndole que busque un lápiz porque no he hecho testamento y esto es el fin. Eso sí, cuando me interroga, le digo que sólo me he comido un sandwich de lechuga, así que me achucha y dice "pobrecito", "¿qué puedo hacer?" y todas esas cosas que tanto molan en los momentos de ayayay. Sólo que dos segundos después, descubre el pellejo del salchichón y el bote de mojo con la cucharilla dentro (maldición), y ya los "pobrecito" se van tornando en "¿seráposible?" y los "¿qué puedo hacer?" en "temerecestodoymás". Así que, mientras disfruto de esa sensación de déjà vu, placentera y agónica, escondo en su descuido el resto del mojo y pienso: "mañana con chocolate y a ver si hay suerte".
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